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La Tormenta, un cuento a la luz de la luna




La Tormenta


El encuentro entre la Señora vestida de gris y Anita, según cuentan, fue de tarde; una tarde espesa, brumosa, casi tenebrosa.
Se supone que la Sra. Misteriosa cruzó a Ana entre las 15:00 hs. y las 16:00; pero fue recién pasada la medianoche que la historia tomó trascendencia pública.
Lo que se cree que sucedió en aquel paisaje casi oscuro y alejado,diálogo mediante, fue, más o menos, lo siguiente:
-Hola niña ¿Cómo estás?
 -Bien y Ud. Sra. – agregó sorprendida la joven.
-Muy bien niña, muy bien; y… ¿qué haces sola, aquí, en las rocas?, ¿no estás un poco alejada del mundo?- dijo la mujer de forma casi cínica.
-Pienso, Señora; pienso... y ruego- contestó la jovencita amablemente, mirando el horizonte, acomodando su largo pelo despeinado por la brisa.
La mujer, sin dejar de mirar el horizonte al que parecía admirar la niña, agregó:
-  Y se podrá saber qué te tiene tan compungida.
-No Sra., bueh, tal vez sí, estoy muy enamorada, pero creo que me estoy equivocando. Un momento... creo que usted es la Señora que nos vio pelear el otro día, en plena Plaza…eh… disculpe el espectáculo.
- Descuida querida… he visto tanto en mi vida que creo ya nada puede sorprenderme. Mira, hija, voy a confiarte una historia que, según cuentan, sucedió hace un tiempo en esta Bahía. Era el Matrimonio perfecto para los demás, pero, según dicen los allegados a ella, nada era lo que parecía-.
La Señora tomó asiento cerca de la niña, se colocó en una posición estratégica, como para poder hacer contacto visual y dar énfasis a su conversación, y, una vez que se sintió cómoda, prosiguió:
-Nadie podía predecir lo que finalmente sucedería, así como, estimo, nadie hubiese podido evitarlo.
Dicen que aquella tarde una gran Tormenta estaba pronosticada  y ella contaba con que sucediera;  solo rezaba porque el Pronosticador, por ésa vez, no se hubiese equivocado.
El viaje con Daniel (su esposo), a la cabaña que tenían aquí, en Mar Bisele, fue, cuanto menos, agotador; ellos vivían en la Ciudad y, eventualmente, llegaban a estas orillas para intentar reencontrarse.
Creo que ya la tenía cansada; escuchar en el coche una y otra vez sus mismas sandeces juveniles y heroicas, era un suplicio cruel, innecesario y casi, irreal. La excusa de una reconciliación ocultaba, en verdad, un extraño deseo de venganza... deseo que podía leerse  en la mirada esquiva, ladina, obsesiva que parecía dominar enteramente al hombre.
¿Qué cuándo dejó  de amarlo? Bueno…veamos, creo que fue en el instante en el que él le dio el primer golpe, en pleno regreso de su luna de miel, hecho inolvidable y revelador. Y fue porque no supo preparar bien las papas fritas (estaban un poco crudas, según su sabia opinión), ¿no es de risa?
La joven miró a la Sra. y esbozó una tímida sonrisa, como si recordara algo…luego, previo silencio, el relato continuó:
-Claro, las papas… luego fue por no tener el almuerzo a horario; usar la falda muy corta; hablar demasiado con amigas y vecinas (ya no le quedaban ni unas ni las otras); por gorda; por flaca; por maquillarse mucho; arreglarse demasiado para ir de compras; querer visitar a su familia, a la suya; ser inepta para todo (incluyendo la cama), etc., etc., etc.
Ya ni siquiera recordaba el dolor… pero sí la terrible sensación de sentir su puño golpear su rostro hasta hacer que la nuca tocara la espina dorsal; o aprender a “convivir” con lentes oscuros de forma permanente; a los continuos derrames; a los pómulos hinchados “ culpa de las muelas”; y tanto más…
Extrañamente, mientras el más la denigraba, su ego parecía fortalecerse interna y calladamente; era como si una nueva Olga, luego de cinco años bajo su tiranía , quisiera nacer; sus insultos la aferraban a la idea de supervivencia (era raro ya no manifestar ni un ápice de miedo, o no sentirse culpable por nada).
Siempre quiso tener hijos, aún recordaba añorarlos de joven y desearlos hasta el día de su casamiento; pero en aquella instancia, agradecía a Dios (o a quien correspondiera), no haber tenido ni la posibilidad de uno.
Cuando llegaron a la Cabaña que tenían frente al mar, Daniel bajó los bolsos y sus cañas de pescar; mientras ella hablaba con su madre para decirle que habían llegado bien. Él, al darse cuenta que “no lo estaba ayudando”, se volvió sobre sus pasos, arrojó los bolsos y tomó con furia el celular, estampándolo contra el gran ventanal y rompiendo todos los vidrios; luego, giró hacia la dama y la arrojó al piso; la patada dio en la boca de su estómago y la dejó sin aire;  es lícito pensar que debió costarle bastante recuperar el aliento y, mientras eso sucedía, por su mente se presentaban muchas imágenes bastante nítidas y penosas; para ser exacta:  se vio a sí misma en los titulares de los Diarios más importantes del País, como otro caso más de “Mujer muere quemada” o “Mujer se prende fuego tras mantener una discusión con su pareja” , “Otro caso de alcohol y fuego” y hasta “ Trágica muerte de mujer tras caer accidentalmente del balcón”.
 Se cree que en aquel instante decidió que ninguno de ésos títulos enmarcaría su destino. Como pudo,  se reincorporó y llegó  hacia el interior de la cabaña, se recostó sobre la cama y, sin esbozar ni una lágrima, creo que se quedó dormida. Cuando despertó, decidió permanecer como inmóvil; el tiempo pasó lento, aciago,  y la sensación de muerte comenzaba a oscurecer sus pensamientos. Él le avisó que se iba a pescar, ella asintió con una leve sonrisa  de alivio  y decidió ponerse a limpiar todo el desorden, comenzando por los vidrios internos caídos del ventanal roto y la mugre del pequeño jardín frontal.
Buscó  la caretilla; la escoba y unos cuantos elementos de limpieza. Rastrilló el jardín como una neurótica pensando que así aplacaría el vacío inmenso que guardaba en su corazón. Embolsó con bolsas negras de súper consorcio toda la mugre que ennegrecía el panorama. Se dice que cargó más de diecisiete carretillas y las trasladó hacia los contenedores de basuras cercanos al Puerto. En uno de los viajes, se cruzó con el Sr. Lonati, quien, amablemente, se detuvo unos segundos para preguntar cómo estaba la familia; charló de trivialidades, previo pregonar economía, opinar sobre el clima y hasta atreverse a predecir el error de los Pronosticadores, y luego, cada uno, de forma muy cordial, continuó con su tarea: él organizaba viajes turísticos por la Playa, tarea de la que había vivido toda su vida y que, aparentemente, lo hacía muy feliz. A Olga le caía muy bien, ya que siempre lo veía de buen talante y disfrutando de aquello que había elegido para vivir.
Y así fue como ella llevó la penúltima bolsa de basura hacia el contenedor. El cielo se estaba encapotando; un gris humo comenzaba a nublar el panorama y parecía fundir el horizonte con un mar picado y frío; el viento comenzaba a flamear sobre el vientre calmo y el aviso de Tormenta parecía tomar forma y color. De repente, un escalofrío inundó su alma y tomó conciencia que debía volver a preparar la cena ya que Daniel estaba por regresar.
Decidí hacer fideos salteados con cebollines y vino blanco (…); ya que esa era una de las comidas preferidas de su esposo; quería que se sintiera bien con su viaje y que supiera que estaba pensando en él, como siempre…
Cuando regresó, ya entrada la noche, le comentó que de ida, se cruzó con Lonati, y éste le ofreció un Tour de pesca programado para la mañana del miércoles, expresó su afán por ir, pero dijo que todo dependía del tiempo.
Comenzaron a sentirse los primeros truenos, eran como cañones mal calibrados avisando que llegaba un anticipo del fin del mundo…se había pronosticado como Grado 4, aunque para ella, en aquella instancia, estaría bien  una Grado 3.
Fue en la cena donde se desencadenó la tragedia. Ya había comenzado a agobiarla con el menú, él quería pescado y lo único que hacía era rumiar sobre lo mismo.
Antes de servir la comida, la dama acorralada, colocó  tres gotas de Phecitabin en su vaso de vino, sabía que era muy difícil de detectar y, más aún, de que su gusto fuera perceptible.
Mientras intentaba dialogar de algo que no fuera la miseria de comida que ella había preparado, comenzó a notar como sus ojos comenzaban a cerrarse, parecía que el peso del mundo caía sobre ellos. Esperó y esperó, mas  quiso estar segura del efecto de la droga y siguió ofreciéndole más vino; aquella noche el nefasto hombre tomó hasta el último sorbo.
Ya había llegado la Tormenta a la Costa, lo que hizo fue traer la carretilla para trasladar el cuerpo al bote, le resultó bastante fácil voltearlo de la silla, previo colocarlo en dos bolsas de consorcio, una mitad arriba de la cintura, y la otra, de la cintura para abajo.
Levantó los mangos, enderezó lo que parecía una  quilla y siguió el camino hacia la lancha; sabía que tenía combustible ya que él lo había usado aquella tarde y tenía por costumbre llenarlo a tope.
Con viento en contra y a favor, subió su cuerpo y arrancó, sin temor y sin consuelo, preguntándose cómo resolvería el acto que estaba llevando a cabo y cuyo único testigo era el mar. Ni siquiera sabía muy bien la dirección que tomaba, solo sabía que se alejaba de la orilla; ya que la luz del faro se hacía cada vez, más pequeña y apenas si podía distinguirse de a ratos. Se comenta que amaneció en las rocas, aunque no hubo ni un solo testigo que pudiera confirmarlo; estaba  exhausta y desorientada; mirando a su alrededor los desastres que la tormenta había dejado; cabañas destrozadas, botes hundidos o malogrados, árboles caídos; era todo un espectáculo apocalíptico digno de un semi huracán.
Cuando regresó a casa, intentó llamar a la Policía pero el teléfono estaba muerto. Limpió los rastros y restos de barro que había dejado la carretilla camino al living, los platos, la comida, y decidió esperar.
A la tarde siguiente, la Guardia Costera encontró partes de la lancha, sin cuerpo a la vista. Cuando le avisaron, dicen quienes estuvieron allí, que no pudo dejar de llorar. Lloró tanto que sus lágrimas formaban olas de sangre y sal. Agregan, quienes se encargaron de fomentar esta leyenda, que se  sentaba sola, harapienta, insomne  en las inmediaciones del faro y, cuando alguna tormenta amenazaba con tocar tierra, desnuda,  salía a nadar... ella se fundía en la tormenta.
-¿Y el mar se la llevó, Sra.?
- Nunca, querida Ana. Pero cuentan que las noches de tormenta, si ella no sale a nadar, aún ve la figura de su esposo apareciendo a contra luz de los rayos, asomado en el ventanal, muy cerca de su puerta principal-.Y , aunque ella sabe que él es un  apenas un espectro, si ella no se sumerge en sus profundidades, él se encarga de dañar a alguna joven que presente sus mismas debilidades.
-Sra., nunca me dijo su nombre…ni yo el mío.
-Tú siempre me conocerás como la Sra. Tili, pequeña  Ana… Solo te diré que no sigas con tu noviecito, recuerda que un grito de hoy, será un golpe mañana. Y no todas tenemos una tormenta a nuestro favor… no a todas nos  llega una, mi dulce Ana…-
Y la Señora desapareció en la misma bruma que la había traído hasta Ana.

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