La calle tiene el cansancio del viajero guardado en sus acequias;
atesora para sí la luna y su bagaje de nostalgias
cuando al alba, el ruiseñor despierta como si la vida
nunca hubiese transcurrido.
Tiene sombras de colores que dibujan sueños rotos
y se expande o se contrae con el tránsito silente.
Vive herida de pasiones que no dejan de sangrar
y luce, para nadie, adoquines de recuerdos
que gritan los amores ya muy idos
descansando, inmóviles, sobre
bruma y sobre cielos ...
Existe ajena a la lluvia y es hermana del aire,
sus manos tienen el don de confundirse entre rostros extraños,
efímeros, pasajeros...
La calle se inunda de tristezas cotidianas
o brilla con la luz de los amantes
que cortejan, encendidos,
sus primeras bocanadas de esperanza;
y de tanto ser testigo de los días, es vida y muerte
de momentos que no tienen finitud,
y se reiteran, como náufragos, en rostros que coexisten
sin pasaje ni memoria ...
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