Los Infieles
Los infieles tienen un aroma rancio entre sus sueños y, casi nunca, los nuevos perfumes logran suavizar su dureza.
Normalmente, no sienten más que brisas sobre su frente y, repentinamente, ellas terminan siendo huracanes que los arrastran para hacer caer su falacia demasiado rápido hacia la nada.
Duermen solos aun acompañados y su lecho es siempre de arena movediza. Ellos no tienen ojos que puedan ver, solo miran sobre sus hombros como al acecho de una nueva caza. Nada logra distraerlos del espejismo que encierran los nuevos rostros; por ellos, desdeñan cualquier entorno que los distraiga de su objetivo.
Poseen una voz particular que apenas puede oírse cuando amanecen; ya que, entre las sábanas, dejan fragmentos de gemidos jamás sentidos; de futuros inciertos o desmedidos, o de fugacidad que se presiente en cuanto dicen la palabra Amor.
Los infieles son testarudos por naturaleza; insisten sobre la creencia de un eterno cuento de hadas con final infeliz y lo asimilan a sus latidos, saben de su debilidad y la beben como cotidiana; llega un punto que se torna parte de su sangre consumiéndolos en un eterno deseo jamás satisfecho; un mañana que nunca llega y un ayer que paso sin más...
Suelen perder la memoria entre las calles de la nostalgia que no sintieron y logran evaporarse de cualquier mano que quiera sostenerlos.
Suelen perder la memoria entre las calles de la nostalgia que no sintieron y logran evaporarse de cualquier mano que quiera sostenerlos.
Ellos son como los vampiros, viven con el alma rota y condenados al destierro de las mentiras en las que fundamentan su existencia. Palidecen con los años y un día, como si no hubiese pasado el tiempo, se encuentran ajenos a su desdicha; pero casi siempre es tan tarde que ni el vacío que el espejo les devuelve logran reconocer...